Las muertes por coronavirus están dejando a millones de personas en duelo. Para algunos, el dolor intenso nunca retrocede, lo que hace que la vida diaria sea más complicada. Los especialistas advierten que se debe atender el sufrimiento emocional para que no se convierta en un problema más serio
La pandemia del COVID-19 cambió la vida de las personas de diversas maneras. Además del duelo por las vidas perdidas a causa de la enfermedad, es posible que los afectados también sufran por la pérdida de rutinas.
Las restricciones que obligan a las personas a quedarse en casa, impuestas para prevenir el contagio, cambiaron la vida laboral, la forma en que los niños juegan y asisten a la escuela, y la posibilidad de reunirse en persona con familia y con amigos. Debido a estas medidas, también cambió la manera de comprar, practicar la religión, hacer ejercicio, comer y entretenerse. La pandemia tuvo como resultado una importante repercusión psicológica en las personas que, a causa de ella, perdieron la sensación de seguridad, previsibilidad, control, libertad y protección.
Un número considerable de estas personas en duelo encontrará que su angustia dura un tiempo inusualmente largo, no disminuye y hace que su vida sea casi insoportable, aseguran varios documentos que han comenzado a ser publicados por parte de los especialistas en salud mental.
Las personas que sufren este intenso duelo con frecuencia no pueden mantener su trabajo, asear su hogar o cuidar a otros seres queridos. Incluso aquellos que son capaces de desenvolverse en parte de la vida cotidiana describen su agonizante existencia como si estuvieran esperando morir. Su alto nivel continuo de estrés puede dañar el cuerpo, aumentando la inflamación y los riesgos de enfermedades asociadas, como enfermedades cardíacas.
Esta condición, un estado psiquiátrico llamado trastorno de duelo prolongado, generalmente dura muchos meses después de una pérdida: un año en los EEUU o seis meses según los criterios internacionales. “La condición es mucho peor que el duelo normal -explica Katherine Shear, psiquiatra de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad de Columbia y fundadora del Center for Complicated Grief-. El aislamiento que rodea a tantas muertes por pandemias probablemente haga que las personas sean más vulnerables a ella. Hay muchos aspectos que van a ser factores de riesgo para las personas que tienen dificultades para adaptarse a estas pérdidas”.
El número de personas con duelo prolongado en el futuro cercano y más allá podría ser considerable. Un estudio publicado en las Actas de la Academia Nacional de Ciencias de EEUUestimó quecada muerte por COVID-19 en ese país deja, en promedio, aproximadamente nueve parientes cercanos en duelo. Si del 5 al 10% del grupo en duelo desarrolla este trastorno, que es la tasa estándar en circunstancias normales, esto podría aumentar la prevalencia del duelo prolongado en un cuarto de millón a medio millón de casos adicionales en el próximo año.
Otros datos apuntan a que las consecuencias podrían ser mucho mayores. Una encuesta de marzo de 2021 del Centro de Investigación de Asuntos Públicos de Associated Press NORC (AP-NORC) encontró que alrededor del 20% de las personas encuestadas en los EEUU había perdido a un familiar o amigo cercano a causa del COVID-19. Eso significa una población de duelo potencial de alrededor de 65 millones sólo en Estados Unidos, y podría aumentar el número de nuevos casos de duelo prolongado a millones.
“Debido a que las muertes por COVID-19 han ocurrido de manera desproporcionada entre comunidades de bajos ingresos y personas de minorías, el dolor prolongado probablemente tendrá un efecto enorme en esas poblaciones”, dicen Shear y coinciden otros terapeutas. Lo que es especialmente preocupante es que estas comunidades no tienen suficientes recursos de salud mental (terapeutas e instalaciones) para abordar un problema de esta magnitud. “Si no encontramos formas de llamar la atención sobre el sufrimiento emocional que las personas están enfrentando en este momento, se convertirá en un problema más serio”, advierte Vickie Mays, profesora de políticas y gestión de la salud en la Universidad de California en Los Ángeles.
Una herida sin cura por tiempo
El dolor puede ser terrible. La mayoría de las personas, sin embargo, eventualmente integra su pérdida y encuentra un camino a seguir, incluso mientras continúan llorando a sus seres queridos. Mary-Frances O’Connor, psicóloga clínica de la Universidad de Arizona especializada en el duelo y sus impactos fisiológicos, compara este proceso con la curación de una pierna rota: “Para la mayoría de las personas, el descanso y un yeso le permitirán volver a la normalidad. Sin embargo, para un subconjunto, surgirá una complicación (una infección o un trauma secundario en el área) que evitará que se cure adecuadamente sin una intervención más intensiva. En el duelo, esas son las personas con un dolor prolongado”.
O’Connor describe a una paciente con la que trabajó y que perdió su trabajo porque no podía seguir las conversaciones laborales estándar sin romper a llorar durante meses y meses. Otra paciente sintió que no tendría sentido tener celebraciones religiosas para sus hijos después de perder a su madre. “Este tipo de complicaciones realmente afectan el funcionamiento diario de las personas”, dice.
Las implicaciones para la salud del trastorno pueden ser graves. Puede exacerbar el suicidio y el abuso de sustancias. También está relacionado con el daño sistémico del cuerpo. O’Connor descubrió que las personas que experimentan dolor tienen niveles más altos de inflamación, particularmente la citocina interleucina-6, que se ha relacionado con un mayor riesgo de enfermedad cardiovascular y una mayor susceptibilidad a las infecciones. La experta señala que la angustia psicológica y social a largo plazo conduce a un desgaste dañino en el cuerpo, un estado bien establecido de estrés biológico prolongado que predispone a las personas a un mayor riesgo de enfermedad y un deterioro de la salud más temprano.