Una campaña en la que todos lloran: ¿estrategia electoral o emoción real?

Los candidatos presidenciales se mostraron sensibles en los últimos meses; según analistas, las lágrimas pueden ser beneficiosas para captar votos, pero advierten por los efectos negativos si el llanto es falso 

Hubo un tiempo, no hace mucho, en el que los candidatos presidenciales se empeñaban en mostrar fortaleza, carácter y determinación para enfrentar los problemas de la Argentina. Como si se tratara de un reproche, le hablaban a la militancia con estridencia y los dedos índice en alto para detentar autoridad detrás de un atril. Por momentos, exhibían la misma sensibilidad que una piedra.

Esos tiempos quedaron atrás y, en vez de rasgarse la garganta desde un púlpito, en los últimos años los dirigentes pasaron a hablar en tono coloquial y en primera persona del plural, a rodearse de simpatizantes durante los discursos y a relajar la vestimenta. Son señales que evidencian la evolución permanente de las estrategias de imagen de los políticos. Pero este año esa metamorfosis expuso un fenómeno particular: el llanto.

En lo que va de la campaña, ya vimos a Mauricio Macri, a Alberto Fernández, a Cristina Kirchner y a Roberto Lavagna demostrar que tienen sentimientos que van más allá de los abrazos con la militancia. Algunos dirán que es la presión de la campaña lo que deja la emoción a flor de piel. Otros, un poco en broma pero no tanto, dirán que la situación del país es para llorar.

Difícilmente alguna vez sepamos si las lágrimas fueron auténticas o premeditadas, pero es un hecho que el llanto ocupa algunos capítulos en la teoría de la comunicación política y puede ser aconsejable por los especialistas en estrategias de campaña, aunque revelar el costado sensible también debe tener límite cuando se trata de una persona que busca dirigir el destino del país.

«Si el llanto se percibe auténtico y es esporádico, tiene todo de bueno. Es pura empatía. Si es cotidiano, quizás no tanto. No demuestra al candidato con pleno control de la situación ni de sí mismo», explica a LA NACION Mario Riorda, director de la maestría en Comunicación Política de la Universidad Austral.

La emoción de Macri junto a María Eugenia Vidal en el cierre de campaña o en el balcón de la Casa Rosada cuando una multitud fue a mostrarle apoyo tras la dura derrota en las PASO, la de Cristina en una de las presentaciones de su libro, la de Fernández en un acto en la UBA la semana pasada y la de Lavagna en el cierre de la campaña previo a las primarias terminaron viralizándose en las redes sociales y los medios de comunicación. Si se buscaba impacto, el objetivo estaba cumplido.

«Siempre decimos que algo fundamental en un líder en una campaña es la capacidad de transmitir emociones. Es importante transmitirlas y generarlas. Cuando hay emoción en una campaña o en la comunicación política se genera empatía. Eso es una condición sine qua non para que un político apele al voto», describe Daniela Aruj, experta en imagen y comunicación política.

Sin embargo, la congoja no es una característica que abarque toda la dirigencia. En el interior, por ejemplo, aún mantienen su preponderancia los discursos vehementes. «Hay provincias donde [el candidato] es casi un patrón y no un líder», señala Aruj. El foco de liderazgos más sensibles hoy está en distritos como la ciudad de Buenos Aires, Santa Fe o Córdoba.

Las lágrimas deben ser auténticas para evitar el efecto contrario. El consultor político Daniel Eskibel, especialista en psicología del votante, menciona que en los estudios de psicología política se detalla que los votantes valoran en los dirigentes la energía y la amabilidad. «Las lágrimas pueden reforzar o debilitar cualquiera de esos dos rasgos, por lo que el impacto principal pasaría por la autenticidad o no de la emoción que sustenta esas lágrimas. Si la emoción es auténtica, lo más probable es que el impacto sea positivo, pero si es fingida lo más probable es que sea negativo», señala Eskibel, quien asegura que la ciudadanía tiene experiencia en detectar emociones verdaderas y en diferenciarlas de los simulacros. «La superficialidad, la búsqueda de golpes de efecto espectaculares y la simulación no solo no rinden sino que son meros castillos en el aire», dice.

El riesgo de que la emoción termine por percibirse como poco genuina o armada es peligroso para los objetivos de los candidatos. Así como puede servir para captar nuevos votos, también puede terminar mostrando al dirigente como inadecuado para el cargo que busca ocupar. «Es negativo cuando la emoción da una imagen de falta de liderazgo, de debilidad e incapacidad de gobierno. La gente quiere políticos empáticos que tengan la capacidad de entender la situación por la que está pasando, pero que también pueda mejorarle las condiciones de vida», agrega Aruj.

Los dirigentes están obligados a mantener el equilibrio entre la dureza que requiere el cargo y la sensibilidad que busca el votante. Un tropiezo puede terminar en humillación. Para la experta, el llanto debe permitirse cuando se trata de emociones positivas y controlarse con las negativas. En ese caso, no más que una lágrima. El líder está para resolver, no para llorar junto al ciudadano que la pasa mal.

La psicología explica que casi cualquier estado emocional tiene la fuerza suficiente para provocar el llanto. Tristeza. Felicidad. Miedo. Bronca. También puede ser el peso de la responsabilidad. «Hay que entender la presión a las personalidades expuestas a semejante nivel público. Viven presiones y jornadas como quizás ninguna otra actividad tenga por el nivel de susceptibilidad que generan y por el nivel de consecuencias de sus decisiones», sostiene Riorda.

Encontrar una justificación al llanto es, según coinciden los especialistas, una clave para ganar oxígeno durante la carrera electoral. Particularmente ahora, en tiempos de campaña vacías de contenido, donde lo que genera estupor también es la falta de propuestas.

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